Tu sonrisa era la mía


Fue grandioso el poder haber cumplido un sueño maravilloso, un sueño que nunca había tenido consciente: hacer pasar mi brazo por debajo de tu cuello. Hacerlo fue experimentar libertad; la experiencia de un amor libre de egoísmos y lleno de razones  me dejó tener la más maravillosa sorpresa, ya que tu cuerpo no pesaba y embonamos perfecto; no se cansó mi brazo y te pude mirar a los ojos y cuidarte toda la noche. Eso me enloqueció, tensó mi rostro, mis ánimos, mis mejillas e hizo feliz a mi abrazo. Sin embargo con el tiempo, mi brazo se cansaba cada vez más.
Cada día que pasaba yo por tu cuello ya no embonaba con mi abrazo y tu rostro ya no tenía mi sonrisa (como cuando hasta un día nublado, gris, de espeso calor y pésimos resultados se sienten magníficos y hermosos), esa sensación que se tiene y que uno mismo le da a las cosas cuando está enamorado.
Te fuiste despintando y escurriendo poco a poco por la coladera de mi ducha; así te fuiste evaporando hasta perderte en el cielo que antes era de colores daltónicos que también tú veías y que ahora solo siguen siendo míos.
Sin embargo hoy me di cuenta que la sensación de mi brazo sin estorbo, la sensación de mi brazo libre me sigue recordando a ti.

Huir

Me agota pensar en ti, cada que cierro mis ojos te veo ahí, luminosa, resplandeciente, radiante, hermosa… entonces corro, intento huir para liberarme de ese recuerdo, pero ahí sigues, paciente y calmada. Corro y no logro dejarte atrás. Ya no te quiero pero ahí estás acosándome sin acosarme, en mutis, inactiva y en acción. La tortura de ti me hace seguir con trémulos pasos producto del temor de cerrar los ojos y verte, y olerte y sentirte y extrañarte. Te extraño pero no te quiero, ni quiero extrañarte. Prefiero dormir con los ojos abiertos que tener que cerrarlos, prefiero no cerrar los ojos y permitir la luz real y no la tuya. Prefiero que mis ojos daltónicos no te recreen en nadie más.  Me cansa pensar en ti porque tengo que huir de donde estás para no pensarte. Ajena a la realidad, a mi realidad; ajena a mis colores; ajena a querer verte y desear olvidarte. Solamente huyo de tu recuerdo, pero quizá no deseo olvidarte, huyo y corro alejándome, pero te llevo a cuestas, consciente de que vas en mí. Me canso de ti y de mi mismo me canso, me canso de intentar olvidarte y de desearlo, de correr, de esconderme de tu recuerdo que siempre me encuentra, que siempre me atrapa. Y cuando no puedo esconderme más, solo me haces llorar de ausencia, de vacío, de decepción y de olvido.